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Liliana Pertuy denunciante de este caso.
Walter Benjamin al que muchas veces recurro dice que, “...El narrador siempre extrae de la experiencia aquello que narra de su propia experiencia, o bien de aquella que le han contado. Y a la vez, lo convierte en experiencia de quienes escuchan su historia...''
Esta historia comienza cuarenta y siete años atrás, en un pueblo de campaña como era en ese entonces, la ciudad de Treinta y Tres, capital del departamento del mismo nombre.
La siesta se interrumpe en aquel otoño de abril de 1975, cuando son detenidos en un operativo simultáneo decenas de adolescentes y jóvenes estudiantes su mayoría del único liceo que existía en el pueblo, vecinos de la ciudad, amigos de mucha gente. La mayoría entre 13 y 17años.
Estos adolescentes habían cometido el pecado de decirle no a la dictadura que se había instalado en el país dos años antes, por medio de un golpe de estado cívico- militar. Habían prohibido las organizaciones de la gente; gremios, sindicatos, partidos políticos, y toda forma que ellos consideraran contraria a su pensamiento. Junto a otros jóvenes y compañeros del liceo, blancos de Wilson, independientes, comunistas, habían conformado un movimiento por la libertad y la democracia.
Son detenidos mayoritariamente entre el 12 de abril y el 15 de abril de 1975.
Fueron llevados decenas por ser amigos, vecinos, parientes, sospechosos de “'libertad y democracia”'. La plaza de armas se llenaba a cada rato de gente; en un momento me caigo, o desmayo y me quitan la capucha, vi a mucha gente haciendo plantón en hileras. Un operativo de película de guerra nazi, pensé, porque era la referencia que tenía a mis escasos 15 años, de ver en el cine Olimar o en el Teatro Municipal.
Es necesario contar como nos trataron estos militares para que se entienda el por qué.
Un mes en el cuartel con el tratamiento habitual a los presos políticos, el menú completo de torturas del manual aprendido en la escuela de las Américas en Panamá dictado por los yankis para reprimir a los pueblos que intentaran seguir el ejemplo cubano.
Privación ilegítima de la libertad, diversas formas de apremios físicos y psicológicos, encapuchados desde el primer momento en que ingresamos al cuartel, despojados de nuestras pertenencias. La capucha impedía ver al exterior, por lo cual no sabíamos el lugar en que nos encontrábamos, teníamos pérdida de la noción del tiempo y el espacio. Este elemento además de privarte la visión es usado para hacerte sentir aislado y más intimidado.
Las golpizas, con puños y puntas de pies, también con elementos tales como una varilla metálica forrada en goma.
Sometidos a días enteros de plantón. Consistía en colocarnos parados con los pies separados de forma extrema, hasta que las piernas no dieran más de estiradas, y los brazos detrás de la cabeza, sin que se te pudieran caer. Usaban perros si te caías, colocados dentro de las piernas para que no cayeras otra vez.
La picana; en pies, manos y otros órganos, con cables pelados y otros elementos tipo electrodos que usaban luego de mojarnos para hacer más efectivo el choque eléctrico.
El submarino; en un tacho (tanque de latón de unos 80 o 90 cm de diámetro), lleno de agua y luego de orines o sangre de quienes eran llevados allí luego de las golpizas, y otros apremios.
Las colgadas; de una cuerda a través de una roldana para levantarnos y meternos de cabeza en el tacho, etc.
El psicológico; método con el cual intentaban desacreditar a algún compañero delante de otro, haciendo acusaciones de todo tipo, y también la amenaza de torturar a algún familiar pequeño o padres para intimidar. Fueron llevadas presas algunas madres, y les colgaron carteles con la leyenda: madre de fulana.
Las mujeres sometidos a revisación médica por parte de un médico militar de medicina general (docente del liceo, profesor de la mayoría) Prof. Hugo Díaz Agrelo.
Las revisaciones consistieron en, “'tacto”', sin guantes, en un consultorio ginecológico rodeadas de varios militares y una policía militar femenina.
Se nos inyectó Penicilina, para poder argumentar que se nos había encontrado todo tipo de enfermedades venéreas. Elaboran un comunicado que consistió en humillarnos y estigmatizarnos frente a la población. Se nos acusaba además de comunistas, de ser depravados y depravadas sexuales, describía prácticas sexuales que ellos catalogaban “'reñidas con la moral y las buenas costumbres”. La penicilina en cuerpos sanos, inyectada frente a la tropa corroboraba estos hechos. El diario El País fue el agente difusor del infame comunicado y luego se replicó en todos los medios.
El operativo y la elaboración del comunicado estuvo siempre supervisado por Gregorio Álvarez (alias el Goyo) en ese entonces comandante de la Región 4 del ejército, años después, terminaría siendo presidente de facto de la dictadura. El gran Dictador.
Es necesario contar estas cosas, porque en tiempos donde hay insistencia en vaciar los hechos de contenidos y quitarles el sentido, puede ser una nueva forma de la impunidad.
Impunidad con la que tuvimos que lidiar durante décadas, como norma, luego de recuperada la democracia.
Impunidad como miedo, minuciosamente inoculado durante el terrorismo de estado como práctica sistemática no solo a los presos y detenidos, sino a toda la población, que vivía en el territorio como en un gran campo de concentración, con sus vidas controladas, dirigidas y vigiladas.
Impunidad como menosprecio y discriminación, por haber desobedecido al doble mandato de ser demócratas y luchar por las libertades, también por desafiar al machismo, al patriarcado y al rol asignado a las mujeres, que era el de buena esposa y buena madre, solamente.
Impunidad como invisibilidad voluntaria para que no se supiera, o invisibilidad por lo horrendo del hecho para aquellos que no querían saber de las tragedias vividas por otros y otras.
La carga de la mochila fue grande y pesada para estos adolescentes y jóvenes después de esta experiencia que, para algunos duro meses y años en prisión, se perpetúo durante toda la dictadura.
El castigo fue asegurado para el futuro. Imposibilidad de estudiar, quita de la patria potestad, vigilancia y persecución permanente por “'la justicia militar”'. Categoría C de la Fe democrática, una cédula que habían inventado para catalogar a la ciudadanía, la C era la peor, eso dificultó siempre conseguir buenos trabajos. Este daño es irreparable, éramos hijos e hija de trabajadores, no poder estudiar y tener una buena inserción laboral era una sentencia de un futuro muy difícil.
El sufrimiento de las familias que fueron igualmente perseguidas, los padres echados de sus trabajos, destituidos, etc.
Obligadas a irse de su pueblo, alejarse de sus familias y seres queridos.
Rehacer la vida con ese obstáculo y esas desventajas infringidas, porque había que seguir, trabajar, enamorarse, disfrutar, crecer, fue un cuesta arriba.
Siempre tuvimos el horizonte de la verdad y la justicia. En el recorrido buscamos evidencias, testimonios, que nos ayudarán a demostrar que había sucedido este hecho horrendo, que lo habíamos sufrido nosotros, que éramos los sobrevivientes.
Mucha gente nos ayudó y aportó, incluso en los años duros de los noventa donde era difícil denunciar torturas y prisión, Salimos algunas veces en la prensa, la amiga por supuesto. Fuimos al parlamento a denunciar a algunos que pedían venia para coroneles, conseguimos documentos de ministerios y del Consejo del Niño, que hablaban de nosotros, que pedían información, etc.
Cuando llegó el FA al gobierno se abrieron los archivos y ahí, por ejemplo; nos enteramos que habíamos sido procesados por atentado a la constitución en el grado de conspiración por el Juez militar coronel Libio Camps.
La denuncia
El 30 de octubre de 2011, un día antes de la fecha en que prescribían los delitos cometidos por la dictadura, 19 de las víctimas, de las 39 que habíamos sido procesados, presentamos una denuncia en el Juzgado Letrado de primer Turno de Treinta y Tres. Fue muy fuerte. Primero porque no habíamos seguido viéndonos como grupo, pero también porque muchos no habían hablado nunca más de esto con nadie. Muchos la primera vez que hablaron fue en la denuncia. La familia sabía que habían estado presos, sabían de ese comunicado inmundo, pero de lo que les pasó realmente, no.
Durante años solo habíamos ido a testificar los y las denunciantes. Los denunciados no iban, anteponían recursos de insconstitucionalidad y así la fueron llevando por casi 10 años.
El proceso de sostenimiento de la causa es otro capítulo aparte, o no, pero que no trataré aquí. Quiero solo decir, que hicimos prácticamente solos y solas este proceso, no existen equipos de acompañamiento, etc. En el año 2015 toma esta causa el Observatorio Luz Ibarburu.
En el año 2020 la fiscalía especializada comienza a moverla. Hacemos una inspección ocular al cuartel de infantería 10 de la Ciudad de Treinta y Tres.
Hace unos días el fiscal pide el procesamiento a Juan Luis Alvez, capitán responsable del caso, Hector Rombys, teniente y juez sumariante del caso, y al álferes Mohacir Leites . Orden de captura internacional al entonces tambien, álferes Wellington Sarli Pose y se divida el expediente para seguir las indagatorias.
El 14 de octubre a días de cumplirse 11 años de realizada la denuncia, la jueza María Eugenia Mier dicta que sean procesados por abuso de autoridad, reiterados delitos de lesiones graves, reiterados delitos de privación de libertad, delitos graves que implican crímenes de lessa humanidad. Que se decrete captura internacional para Wellington Sarli Pose, se divida el expediente, se indague a los otros médicos y continúen las investigaciones, quedan cerca de veinte denunciados más.
Para mí es un buen final, siempre perseguimos, perseguí, la verdad y la justicia, nunca me animó otro espíritu.
Construir memoria para que nunca más.
Quiero recordar a los siete compañeros que ya no están, que murieron, la mayoría antes de los 60 años y no vieron este día.
(*) foto Liliana Pertuy extraída de http://campanafeminista.org/
Comisión Memoria, Justicia, y Contra la Impunidad de Soriano.
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