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(Escribe prof. Elisa Vidal) Byung Chul-Han[1] nos habla del tiempo atomizado[2] este implica, un tiempo que “transcurre” solo en instantes, todo es hoy, no tiene sentido ni principio y por lo tanto, no se distingue el pasado, del presente y el futuro. Por eso, no podemos hablar de experiencia sino de vivencia que habita en el instante. El tiempo se nos presenta sin rumbo, sin metas, sin condición de ser y por ende, perdemos la posibilidad de trascender. El individuo se reconoce en el aquí y ahora, y no existe posibilidad de algo más allá que este instante. Por lo tanto, es imposible que piense la posibilidad de proyectarse, ir más allá del hoy. Esto implica una obsesión por no pensar en la muerte, la finitud; y nos encierra en un mundo, en el que nos parece imposible que haya un después. Nos avocamos a tratar de si o si realizar todo lo posible hoy, y si lo pensamos en el rol docente, nos emergemos con tareas, y disponemos del tiempo como si no fuera existir un mañana cercano. Nos agotamos en la sensación de que este es el momento y que el mismo es irreversible. Tendemos a una conducta obsesiva, por terminar de hacer todo durante el tiempo que nos queda, y hacer lo que sea para ocuparlo, en sentir que hacemos algo. Esta visión tan apocalíptica es la que caracteriza a la mayoría de los docentes en nuestro sistema educativo a raíz de la emergencia sanitaria. Las plataformas virtuales, los email, los chat y grupos de wappsap, se han convertido en la nueva práctica docente, en una especie de pedagogía virtual, no comprendiendo que están suspendidas las clases, por lo tanto, no estamos dictando ni participando del intercambio del saber, ya que el espacio de aula, como tal, podríamos afirmar que es hasta ilegitimo en la virtualidad. ¿Por qué? Porque tenemos un monitor y no sabemos quién está del otro lado y mucho menos bajo qué circunstancias. La entrega o el trabajo se despersonalizan, no tenemos a quién mirar y explicarle esto es así y no de otra manera.
No hay control del tiempo, el mismo se acumula, y que sea lineal tiene dos connotaciones que pueden ser vistas desde dos perspectivas diferentes. Por un lado, el tiempo entrelazado con el conocimiento, conocer, aprender lleva su tiempo, su rutina, el sentarse y pensar. Por otro lado, el tiempo relacionado con la producción, si demoramos perdemos y si perdemos no nos sirve. Este último es el fundamento de la virtualidad. La misma nos lleva a secuencias instantáneas, imágenes conceptos que pueden ser borrados en segundos y pueden ser considerados nada ante la inmensidad de información a la que podemos acceder en segundos. La virtualidad en todos sus matices, desde la comunicación por chat y redes sociales hasta el uso y abuso del trabajo virtual desde el hogar que sobredimensiona la posibilidad de estar presente en cualquier momento y en cualquier lugar.
No estamos ajenos a esta nueva manera de pensarse; no hay que ser ingenuo creyendo que podemos escapar a esta realidad. Pero tampoco la debemos considerar parte de esta red de intercambio absoluto y que si no estás conectado las 24 hs entonces, no se tiene voluntad de que otros aprendan o puedan acceder al mundo virtual. Pero además, el demorarse implica el perder la posibilidad de que algo ocurra de la manera deseada, y debemos recordar que el deseo se magnifica en un futuro. Por eso, si solo partimos de un presente, dónde apenas tengamos algo similar a un mañana, ya ni nombramos el futuro, nos adentramos en un problema nada menor para el docente, carecemos de responsabilidad y compromiso. Cómo puede existir compromiso si no hay una forma de experimentarlo a futuro. Nos volvemos atemporales pero también amorales (muy distinto a inmorales). Nuestros discursos se apoyan en el aquí y ahora, y las luchas y libertades se quedan detenidas en el tiempo, sin reivindicación ni denuncia. Nos quedamos sin poder transformar la realidad, no existiendo la posibilidad de una dialéctica de ideas, y mucho menos de clases. Se pierde el sentido histórico, carecemos de pensarnos históricamente, y aquella afirmación de Marx que el hombre es un ser histórico, deja al descubierto que en la modernidad la historia transcurría en una base racional de sentido coherencia y orden, donde se instalaba la posibilidad del cambio pero como parte de un proceso; que aunque daban una base a la burguesía también posicionaba un proletariado. Este proceso sigue estando presente en nuestros días, con la consecuencia no menor, que el capitalismo sigue justificando su poder sobre la propiedad privada en pro de inmovilizar un proyecto, una revolución a futuro y evitar que se pueda pensar en una sociedad sin clases sociales ni de explotadores y explotados. Esta nueva dinámica de no pensarse históricamente le saca el significado histórico a las luchas y nos posiciona en el vacío de la existencia, perdemos el contacto con la realidad histórica, y nos difuminamos en un tiempo que ni siquiera tiene un pasado del que partir. Pero esto no es algo ingenuo. No es que nos quedamos vacíos de historicidad, porque la historia lo quiso así. Hay una intencionalidad del mundo capitalista de bombardearnos de información excesiva, de vaciarnos de historicidad, de hacernos creer que la virtualidad y el aquí y ahora es la única posibilidad de vida que tenemos. Nos obligan a creer que el proyecto, el trascender, no tiene razón de ser. Por ello, no es una situación nueva la que estamos viviendo sino es la eclosión de una situación que estaba implícita en nuestra cotidianeidad pero invisibilizada por nuestro accionar. Al quitarnos y prohibirnos la praxis, el accionar en las calles, nos colocaron en una virtualidad preparada y programa para que fuéramos dinámicos, sin demoras y seres humanos productivos a una dimensión diferente que nos controlan y nos vigilan desde otro lugar de poder. Esto nos lleva a nuevas prácticas de control, de vigilancia que se hacen más severas y feroces. Practicas que nos presionan para que no pensemos en la posibilidad de un mañana. Que nos detiene en el tiempo y nos deja sin esperanza. Por eso parece que esta situación no va a cambiar y muchos hasta potencializan esta mirada sobre la virtualidad como una nueva forma humana y colectiva de existir, de ser, de estar. No podemos dejar que esto ocurra. El accionar esta en las calles, en las plazas, en las instituciones, en las movilizaciones. No pensemos que nuestras libertades están en el papel, en el monitor, en las redes sociales, en los caracteres para enviar. Nuestras libertades y nuestras transformaciones están en el día a día, en el vínculo con otros, esto también es una reafirmación de Byung Chul—Han. La pandemia va a pasar, y al pasar será parte de ese pasado que nos intentan quitar con el aquí y ahora. Somos y también seremos seres históricos en toda su dimensión, y eso implica que pensemos que existirá un futuro y que los construimos con otros y desde nuestra realidad humana y no virtual.
[1] Filosofo Surcoreano, (Seúl, Corea del Sur, 1959), estudió Filosofía en la Universidad de Friburgo y Literatura alemana y Teología en la Universidad de Múnich. En 1994 se doctoró por la primera de dichas universidades con una tesis sobre Martin Heidegger. Tras su habilitación dio clases de filosofía en la universidad de Basilea, desde 2010 fue profesor de filosofía y teoría de los medios en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe y desde 2012 es profesor de Filosofía y Estudios culturales en la Universidad de las Artes de Berlín. Es autor de más de una decena de títulos, la mayoría de los cuales se han traducido al castellano en Herder Editorial.
[2] El Autor en el libro “El aroma del tiempo: un ensayo filosófico en el arte de demorarse” nos presenta el concepto de disincronia, visualizando en forma analítica y profunda lo que nombro como puntapié de este artículo.
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Otras notas de la autora:
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